Las edades del tango. Más allá de la brecha generacional

Abstract

Siempre es un gusto para mí participar en los congresos de tango del ´feca. Debo reconocer que entre las principales razones de mi entusiasmo figuran los títulos o temas convocantes, muy bien elegidos, muy motivadores. En este caso, se trata de pensar nuestro querido género popular desde una dimensión que nunca le resultó del todo cómoda: la del presente. No por muy citado ha perdido interés aquel célebre diagnóstico de Viejo Tanguero en el diario Crítica, que ya en 1913 se refería con inocultable nostalgia a una edad dorada del tango. Lo hacía en medio de la tangomanía europea, cuando el género emergía con una fuerza indómita. Evidentemente, aquel rezongo teñido de añoranza no era un impedimento para la expansión de una música que no dejaba de incorporar nuevos elementos a su lenguaje. Durante prácticamente 40 años, con esa retórica de una perfección pasada, la cultura del tango fue haciendo su historia. Es decir, avanzó haciendo equilibrio entre novedades –que las tuvo, y muchas, por supuesto– y tradiciones (inventadas como todas las tradiciones, pero no por eso menos legítimas) hasta un punto de ruptura del que ya no se repondría: el de los años 60 y 70. Ahí se desvaneció ese equilibrio entre tradición y modernidad, y el tango le perdió el timing al presente, convirtiéndose, más allá de Piazzolla –que en cierto modo fue una prueba de esa pérdida–, en un sistema artístico exclusivamente orientado a la celebración del pasado. De música de estrenos a música de repertorio.